lunes, 31 de marzo de 2008

La locura como bala

Por: Luis Eduardo Luna y Sara Mandarina 

Si él se hubiera puesto a pensar en las implicaciones morales de su decisión, nunca habría pisado aquellas tierras inhóspitas del riesgo. Ahí estaba sentado, contemplando el vacío entre sus rodillas, en espera de que llegara el momento preciso. 

Escucha, papá. Genaro está dentro. ¿Lo oyes? Levántate del suelo, me contestó. Yo, por supuesto, estaba tirada panza abajo en el suelo de mi casa esperando oír a mi hermano Genaro. A mí nadie me engaña, papá, le dije. Yo sé que mi mamá se está poniendo gorda por tragona y en realidad la tierra es la que va a dar a luz a mi hermano, ¿Tú qué piensas? Tú también estás gordo. 

El tiempo pasaba y nada. Seguía siendo la misma cosa, él sabía lo que podría venir pero no llegaba. En su cabeza se inventaba las posibles reacciones de su mujer, las consecuencias de sus actos se hacían presentes en el vacío entre sus rodillas. 

Me molestas muchísimo, chilpayata número uno. A ver, hija, ¿qué te hace pensar que tengo tiempo para estas bembadas? Tu mamá está embarazada y tú no tienes edad de entenderlo. Aunque sí, claro que tienes edad. ¿A qué vas a la escuela? ¿Vas a la escuela? ¿Cuántos años cumpliste hace poco? ¿Y mis píldoras? ¿Y si digo la verdad? No. Mejor no digo nada, ella se enterará eventualmente. ¿Y si se entera por Juan? Ese Juan tiene la lengua muy larga, no sabe distinguir entre sus asuntos y los de los demás. Nunca debí haberle comentado. Pero necesitaba decírselo a alguien. Seguramente ya se lo dijo, es por eso que no ha llegado. Ya es tarde, ya debería de estar aquí pero no, está con Juan. 

Me siento en una silla de piel rota desgarrada por los años. Hace calor y sólo traigo calzones. Mi papá está tirado en el suelo delante de mí, ahogado en el charco de esa sangre que yo sospecho que es suya. Y mi mamá sigue gorda y alta y fea y con mirada de ogro. Cocina huevos. No me gustan revueltos. Espero a Genaro pero vaya que tarda. 

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