martes, 4 de marzo de 2008

Me importa un cuerno

Foto por Luis Eduardo Luna

Por Sara Mandarina

Contengo la respiración y me tumbo. No quiero saber nada. Ni de ti ni de nadie. Al carajo. Todo me importa un cuerno. Y lloro. 

Estoy dramatiquísima. Me quiero desmayar para ahuyentar el dolor. Pero no. Estoy lúcida. Me doy cuenta que sigo sintiendo. Tengo los mocos y las lágrimas chorreando por mi cara. Me caigo mal. Me cago. No me soporto.  

Siento el viento entre mi cabello, lo oigo subiéndose por mi espalda y lo veo aferrándose a mi cadera desnuda. 

Nadie habla, nadie se mueve, nadie vive. ¿O será que no me importa? Esto empieza a pudrirse. 

¿Qué razón tan jodida puede ser esa de que todo me importa un cuerno para no querer estar conmigo? ¡Son dos años, coño! ¡Dos años que no me importan un cuerno!

Llega el silencio y se sienta a mi lado. Me abraza y me dice que me tranquilice, porque si no, llega la pálida, la amiga indeseable, la irremediable. Me importa un cuerno y sigo berreando.

Pero de repente es algo que no puedo controlar. El silencio no vino a aconsejarme, vino a imponer su gobierno tirano. Le dio igual que le contestara que no, porque se metió muy dentro. Sin quererlo ni darme cuenta, me callé. Yo estaba en silencio. Yo era silencio. Me convertí en la ausencia de mí misma. Involuntariamente, fui el conjunto de todas esas cosas que nadie ha dicho nunca. Pero me seguía escuchando a mí misma. Yo era, yo fui el silencio más ensordecedor que jamás había escuchado y que jamás había callado. 

No obstante, sobreviví al silencio. Me sobreviví a mí misma. Ya no lloraba. 

Volteé a la izquierda y ahí estaba. Igual que siempre. Y me entró esa misma sensación que llega cuando te encanta una característica en alguien y eventualmente empiezas a detestar. Me explico brevemente. Al lado de ese árbol nos besamos por primera vez. A sus pies nos acostábamos a dormir. Bajo su sombra hablábamos. A su tronco nos abrazábamos. 

Y entonces llegó el final. Igual que vino el silencio a aposentarse en mí, se instaló el punto final. Tuve la certeza absoluta de que no había nada más. Igual que el árbol me recordaba a él, todo lo demás también me torturaría en el claroscuro del recuerdo, de la memoria. 

Así, me vi morir. Y me importó un cuerno.

¿Y tu Demonio?

Por Laura Liliana Ruiz Gómez

Me pareció interesante la perspectiva que en el texto libre del primer número de la revista se mostró, y es el presente texto una crítica a esa visión que en lo particular encuentro absurda pero necesaria, necesaria porque nada existe sin su contrario. 

A partir de Grecia, vino acuñándose el término Demonio como el mensajero divino, que no es ni dios ni ser humano o ente propiamente terrestre, sino un puente entre ambas; es decir, un mediador o mensajero de los dioses. Sin embargo, este término ha sido relativamente olvidado o dejado de lado por razones que desconozco; no obstante me parece que debe ser rescatado dentro de nuestra sociedad y en particular, dentro de la pequeña sociedad de la que todos formamos parte llamada ITESO.

La creencia de poder dotar a un hombre de superpoderes o convertirlo en hada madrina que viene a cambiar la sociedad por el peso de su varita mágica, me parece absurda y hasta cierto punto peligrosa por la infactibilidad que presenta; y es justo aquí donde me parece se debiera rescatar el Demonio, Demonio visto como la crítica que hace de mediador o puente entre ese mundo meramente ficticio, más no por ello dotado de ¿buenas? intenciones, y el mundo terrenal donde la impotencia, el desencanto y la corrupción son el pan de cada día. 

Este demonio-crítica hace un enlace de esta dualidad (fantasía/realidad), no sólo haciendo maquinaciones cerebrales fantasiosas de un mundo feliz y únicamente ¿bueno? (es decir, absurdo), ni quejándose siempre de todo y para todo, sino conjugando estas dos partes, sumamente importantes, que son la realidad y la fantasía. En un momento dado esta dualidad, a través de la crítica –o sea, el Demonio-, podría llevar a una reforma tanto del individuo como de la sociedad, reforma que tendrá que ser criticada y nuevamente reformada y así sucesivamente, mediante una dialéctica ascendente.

Creo que principalmente esta crítica ha de venir de y hacia nosotros mismos como individuos inmersos en sociedad, para después o quizá al mismo tiempo criticar nuestro contexto, es decir las instituciones morales y sociales, nuestra cultura y forma de ser, dando pie, si no a una sociedad mejor, sí a una más responsable y humana, donde por lo menos pueda haber coherencia y diálogo.

Sin más, invito a los estudiantes a hacer participe al Demonio en nuestra vida, en nuestro actuar y en nuestra visión, jamás dejándolo de lado, sino al contrario, haciéndolo cada vez más fuerte.

¿Y tu Demonio? ¿Está vivo?