miércoles, 3 de septiembre de 2008

¡Come on, English is important!


Por Paloma Robles

En el ITESO callamos cuando no nos interesa algo, pero creo que también callamos cuando se nos exige otras cosas que a consideración no deberían de exigirse.
Llevo dos semanas tratando de superar el trauma de tener que venir a las siete de la mañana a clase de inglés. Este semestre sinceramente me sentí obligada, no sólo a cursar, sino a pagar, un curso que no quiero.
El ITESO, como lo explica su misión, es una universidad que “se caracteriza por la excelencia académica” que vista desde distintas dimensiones y fundamentadas en la espiritualidad ignaciana, nos envuelve con la realidad social al referir “una profunda preocupación por el entorno local y global, y el compromiso con el mejoramiento de las condiciones de vida de las personas”. Pero sobre todo el ITESO nos invita a defender tajantemente nuestra libertad: “Su proyecto de formación integral busca desarrollar la inteligencia y la sensibilidad y formar para la vida a jóvenes libres y comprometidos con la sociedad, en un ambiente propicio para conocer y crecer.
Así, en su ánimo de formar más y mejores profesionistas para el mundo, la universidad hizo en 2003, cambios fundamentales en sus métodos y ordenamientos educativos. De allí que tengamos la libertad no sólo de elegir escoger cuasi menú de restaurante nuestro proyecto de universidad (incluso hay una asignatura que así se llama) sino convertirnos en actores sociales con motivaciones libres.
A lo que voy con esto es a poner a discusión lo que ahora parece indiscutible. ¿Por qué se exige el inglés? Si se ha fomentado la libertad de decisión, ¿por qué me exigen estudiar un idioma caro (hay escuelas de inglés en Guadalajara mucho más baratas)? Se absuelven con la idea de que esta es una gran oportunidad. Sí, una oportunidad de casi tres mil pesos. Pero como diría mi maestra “this was you problem those years you sohuld know that some day it will happen” -o algo así. Pero ¿qué sucede si no ha sido ni es mi prioridad el inglés? Si mis gustos y necesidades van hacia otros lados igual o más valiosos que un idioma. ¿Por qué pagar algo que no quiero pagar? Peor aún, se te impide dar de alta a manera de restricción si no has presentado el famoso TOEFL aprobado; eso es atentar contra tu propio proyecto universitario. ¿Y si no tengo dinero, qué hago?
Además sus formas no son amables, la directora del área es una se gnoh reeta kéh meh ah bloh n’ toh noh dess poh tah. Mejor trato tiene la secretaria que accedió a conseguirme un espacio a las 7 de la mañana para que yo pudiera seguir trabajando en las mañanas. La solución de la dirección era pedir un permiso de dos meses en mi trabajo para que yo pudiera asistir a inglés de once a una de la tarde.
El colmo se presentó cuando terminada la primera semana de clases, la maestra organizó una actividad donde debíamos acomodarnos según los años de estudio de inglés en tu vida. No sé, si para sorpresa de muchos o vergüenza de todos, la mayoría llevamos entre 5 y 15 años estudiando la lengua y estamos en 4to grado en el ITESO. De allí el Speeach obligado de la maestra mostrando su indignación ante nuestra actitud altanera por sentirnos obligados por el ITESO a cursar el idioma. Todos callados. Nadie, salvo un compañero de comunicación se atrevió a decir que el inglés no era su primacía. Yo nomás agregué que si toda una vida de estudios no había suficiente ¿cómo podrían asegurarme que terminados mis ocho niveles de estudio ahora sí sería medianamente bilingüe?

Amor Motita

Por Eunice García

Podría comenzar mirándote a los ojos o besándote o diciéndote lo mucho que me gustas. Si comienzo mirándote a los ojos puedes ver una chispa de deseo, de ansia loca por tocarte; si comienzo besándote sería despacito, saboreando tus labios, aprendiendo tu sabor, tus líneas, tu ritmo; si te digo lo mucho que me gustas comenzaría mirándote a los ojos, luego besándote, y así y así. Entonces dejaría que el ciclo de un amor imaginariamente perfecto comenzara, tú mirándome a los ojos y diciéndome cursilerías que sólo se ven en novelas baratas y nos besaríamos y estrujaríamos como dibujos voluptuosos de un libro vaquero. Seguramente yo te pellizcaría una nalga con una picardía fallida, tú te reirías y nuestro momento erótico se esfumaría en carcajadas, pero entonces, y sólo entonces, nuestras endorfinas liberadas nos llevarían a rodar por todo el piso, por toda la escalera, aprovechando el golpeteo de cada escalón. Seguramente terminaríamos en la cocina, besuqueándonos en un charco de leche, un plato de cereal desparramado y endulzado con mieles de amorcito corazón. Tum tum se escucharía y los vecinos aplaudirían o rezarían por la salvación de nuestras almas (por nuestros cuerpos ya no hay nada que hacer) y al fondo la banda sonora de la película más rosa, púrpura, melancólica y mal editada que haya existido sobre la tierra. Después un negrito saldría de la nada y cantaría “Sea of love” y tú y yo nos abrazaríamos y lloraríamos juntos todo el tiempo perdido. Se unirían más y más negritos y entonces llegaría la noche y comenzaríamos de nuevo. Tú me mirarías a los ojos y me besarías y me dirías todos los diálogos de amor que ha escrito García Márquez, que yo te habría obligado a aprender; entonces yo te miraría con ojos de borrego a medio morir y terminaría de morirme en un beso larguísimo con sabor a tutifruti. Podría terminar mirándote a los ojos, o besándote o diciéndote lo mucho que te he extrañado los últimos suspiros, y entonces (sólo entonces) suspiraría por el minúsculo tamaño de nuestros pulmones que nos obligan a interrumpir nuestros maratónicos reconocimientos de náufragos abandonados por el barco de la ilusión en la isla del deseo. Si me apuro a besarte nos sobra tiempo de inventarnos apodos. Tú me dirías unos bien tontos y tiernos: me dirías amor, ñaque, chocolatito, aguacatito, mocosita, mi vidita, y yo te diría pulgoncito, alcancía de mis anhelos, recipiente de mis besos, cesto de mis placeres, papelero de mis papeles, cajeta de mis cabras, chicharrón de mis truenos, piña de mi pastor, huevo de mis licuados, espuma de mis capuchinos, cola de mis gatos, pelo de mis empanadas, lunar de mis recovecos, cuchara de mis babas. Entonces agarraría aire y comenzaría a decirte lo mucho que te quiero y tú me mirarías a los ojos y me besarías y me dirías lo mucho que me quieres y yo te besaría, y así. Entonces los vecinos recolectarían zapatos, tacones, botas y chanclas. Qué bueno que sólo le atinan a los gatos. Miau Miau.

NI UNO MÁS

Por Marylú Vallejo Bárcenas

Dicen que todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar, todo... excepto los estudiantes. Claro está que ni el ITESO es un jarrito ni los estudiantes lo son todo. Es evidente que este semestre ingresó un número mayor de estudiantes en comparación a otros años y, aunque existe la infraestructura para albergarlos, su presencia ha creado un caos en puntos estratégicos del campus.
A las once de la mañana resulta imposible cruzar la cafetería central; el edificio “W” ya es un edificio de varias carreras, no sólo de filosofía; es más difícil conseguir una computadora en el “T” a cualquier hora; y así podría seguir dando ejemplos del sobrecupo de estudiantes.
Más allá de recibir recursos económicos favorables para el ITESO, el aumento de alumnos es un reflejo de la sobrepoblación en la Zona Metropolitana de Guadalajara, no solamente de personas, también de automóviles.
El ingreso diario de vehículos al ITESO es impresionante, si antes a las 8:30 am era muy fácil encontrar un lugar dentro del estacionamiento, hoy hay que rezar por encontrar uno cerca de donde habitan las ardillas.
Es necesario concientizar a la nueva población itesiana del problema que resulta del uso excesivo del automóvil.
Aunque existen propuestas alternativas como el Programa de Aventones, aún falta mucho por hacer; la solución no es un segundo piso de estacionamiento ni la construcción de nuevos edificios, ésta radica en cada uno de los itesianos: la participación para que este jarrito no reviente.