Por: Dani Lu Rodrìguez Martìnez
“¡No manches! ¿A qué hora se termina esto?” pensé apenas pasados cinco minutos de haber empezado la clase.
“No me interesa lo que tengas que decir, no me interesa tu punto de vista, ni tu opinión; lo único que me interesa es lo que yo tengo que decir, y si me da la gana te voy a ignorar.”
Sin hablar, eso es lo que él dice.
- Profe, me tengo que salir un poco más temprano de la clase hoy, ¿está bien?
- Pues no, lo siento, cuando se acabe la clase, se acabará.
Yo pensé: ¡¡¿¿en serio??!!
Sin nada más que decir aparte de: “bueno, eso es todo, se pueden ir”, algunas sesiones después de ese lunes él terminó la clase cuarenta minutos antes de lo normal. Ese día él tenía ya el plan de irse temprano. Quería ir a un concierto. No recuerdo que haya concluido el tema de aquella sesión. Concluir parecía siempre tan importante para él. Ese día no.
El día de la evaluación: “nadie volvería a tener una clase con él”. ¡Yo no puedo adivinar por qué!
Todo un semestre pasó por mi cabeza lentamente; eran una tortura cuatro horas a la semana, escuchando un tono de voz sin identidad. No sé decir si es de México, si es de Jalisco o si es de Sinaloa… simplemente insoportable. Un escalofrío horrible cada vez que extendía la ultima sílaba de cada palabra. Y cuando al final escuché de su boca: “tienes cinco” abrí los ojos. Todo fue una pesadilla.
En realidad ese es el sueño: pensar que todo fue una creación de mi mente mientras mi cuerpo descansaba. La verdad es que esto es mi pesadilla cotidiana.