Por Luis Eduardo Luna
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Valemadrismo inmóvil
Por Fernando Hernández
Ya vamos por el mes de clases, otros tres y medio y me gradúo por cierto. Pero, contrario a lo que uno esperaría de alguien próximo a graduarse a mí no me aqueja tanto el valemadrismo. Sobre todo aquél valemadrismo inmóvil ante temas fundamentales para la vida cotidiana de los universitarios: la movilidad.
11 am y en el ITESO es imposible encontrar un cajón de estacionamiento. Son insuficientes a partir de ya, y también para los que se estacionan en doble cajón. Un aplauso para ellos.
Estos alumnos de primer ingreso me impresionan, el haber conseguido que sus papás los doten de un reluciente carro para que en carne propia experimenten los estragos del tráfico y de la incapacidad de los gobernantes en turno de hacer algo es una verdadera muestra de amor. No sólo ellos pues, también estamos los de semestres arriba. Añadamos el valemadrismo inmóvil de los cientos de miles de personas que transitan patéticamente por la ciudad. No sé tú estimado conductor, pero cuando me bajo del coche y camino por las calles me siento humillado al ver que ya ni siquiera me dejas el paso de cebra disponible. ¿Sabes lo que es un paso de cebra? No quiero saber qué pasa con los minusválidos a quienes no vemos pero ah ¿qué oportunos son esos lugares pintados de azul para estacionarse porque quedan más cerquita no?
Llega la hora de la salida y salen disparados miles de carros del Iteso. Uno por piocha. Contados con los dedos de la mano los que van llenos o traen su cartelito de que ellos sí dan aventón. Hace cuatro años cuando entré, todavía no había necesidad. Pero son otros tiempos diría yo. O igual hace cuatro años me valía madre.
La situación es crítica, y yo, como alumno a quien ya mero le cantan las golondrinas no me queda más que ser necio con la solución imperfecta. No hay viaducto, nodo vial o hummer con alberca, que haga menos miserable nuestro andar por la ciudad. Sólo necesitamos un cambio de actitud: vivir en las fuentes y venirse en coche es ridículo. Casos y pretextos hay miles. Miedo dice la mayoría. Los que ya nos venimos en bici lo ponemos en la balanza en contraparte con la felicidad, salud y estética (valor inconfundible de nuestros tiempos) que deriva del uso de la bicicleta. ¿Han visto las piernas de las alumnas que llegan en bici? Uff.
Por mientras, nos tocan acciones pequeñitas en lo que vamos despertando a los demás a animarse a andar en bici, a usar transporte público, y ya si de plano hay un complejo de rápido y furioso, ¿pues al menos hay que hacer un coche sardina no? Hacer esto no hará que los demás duden de su poder adquisitivo.
Por cierto, ¿a qué hora debe pasar el camioncito del ITESO? ¿Te vale madre verdad? Pues entonces Salúdame al semáforo, que de seguro ha de estar en rojo.
Máximas Universitarias
Por Antonio Magaña
"Soy un artista patriota: pinté el país de verde y rojo"- Hombre.
"Ella siempre ha querido vivir con él, pero sus papas no la dejarían sin casarse"- Estudiante mujer.
"Hoy cuando estabas desayunando te observé, y estás, del uno al diez, tres puntos más guapo que cuando usabas lentes"- Estudiante mujer
"Soy un artista patriota: pinté el país de verde y rojo"- Hombre.
"Ella siempre ha querido vivir con él, pero sus papas no la dejarían sin casarse"- Estudiante mujer.
"Hoy cuando estabas desayunando te observé, y estás, del uno al diez, tres puntos más guapo que cuando usabas lentes"- Estudiante mujer
Historia de los orgasmos estreidentes (segunda parte)
Por Sara Mandarina
Cada uno se iba por su lado, a las actividades de todos los días. Joaquín a la aseguradora y Carmen a la oficina. No se veían para comer, no les ajustaba el poco tiempo que tenían en su trabajo destinado a esta actividad. El tráfico, el smog, el transporte público, la lluvia. Cualquier razón valía. Ambos preferían, de hecho, hacerse creer mutuamente y a sí mismos que era absolutamente imposible que se vieran a esa hora. Para Carmen era un momento menos de convivencia decadente y falsa; para Joaquín era simplemente la manera en que las cosas tenían que suceder: se veían poco y esto implicaba, naturalmente, que se tenían que soportar poco; y de la pequeña cantidad de tiempo que compartían juntos ni siquiera hablaban o se miraban o se gritaban. Simplemente jugaban a ver quién hacía mejor el papel de enamorado. No, mejor aún: jugaban a ver quién aguantaba más haciendo el papel de enamorado.
Joaquín tenía miedo de todo y lo manifestaba en forma de violencia. Desde pequeño recuerda haber perdido todo aquello que realmente le interesaba (su mamá, su mejor amigo, su pelota de fútbol, su hamster, su viaje a Estados Unidos…) y cuando encontró lo que verdaderamente quería hacer perdurar, se topó con la noticia de que el miedo no había hecho más que intensificarse. Lo congelaba el temor de perderla, de estropear las cosas, de no ser suficiente. Entonces gritó, golpeó, calló. Y la relación se empezó a venir abajo. Discretamente, casi con decoro. Imperceptible para los demás, pujante para Carmen y Joaquín.
Así, la única solución que encontró fue tener sexo indiscriminadamente. A él le habían enseñado que eso era “hacer el amor” y a esos dos era lo que más les hacía falta. Construir un poquito algo de aquello que las inseguridades y complejos de Joaquín habían derrumbado y que la rutina y la monotonía se habían encargado de difuminar, de hacer huidizo y borroso.
Los vecinos eventualmente descansaron del estruendo que salía del departamento número ocho. Les pareció a todos muy extraño porque fue repentino, de la noche a la mañana. Nadie supo ni quiso saber más. Realmente a nadie le interesaba.
Joaquín tenía miedo de todo y lo manifestaba en forma de violencia. Desde pequeño recuerda haber perdido todo aquello que realmente le interesaba (su mamá, su mejor amigo, su pelota de fútbol, su hamster, su viaje a Estados Unidos…) y cuando encontró lo que verdaderamente quería hacer perdurar, se topó con la noticia de que el miedo no había hecho más que intensificarse. Lo congelaba el temor de perderla, de estropear las cosas, de no ser suficiente. Entonces gritó, golpeó, calló. Y la relación se empezó a venir abajo. Discretamente, casi con decoro. Imperceptible para los demás, pujante para Carmen y Joaquín.
Así, la única solución que encontró fue tener sexo indiscriminadamente. A él le habían enseñado que eso era “hacer el amor” y a esos dos era lo que más les hacía falta. Construir un poquito algo de aquello que las inseguridades y complejos de Joaquín habían derrumbado y que la rutina y la monotonía se habían encargado de difuminar, de hacer huidizo y borroso.
Los vecinos eventualmente descansaron del estruendo que salía del departamento número ocho. Les pareció a todos muy extraño porque fue repentino, de la noche a la mañana. Nadie supo ni quiso saber más. Realmente a nadie le interesaba.
Sin imaginación no hay futuro
Por Fernando Cornejo Hernández
La libertad no existe si no se vive al borde de los límites donde toda comprensión se desintegra.
Georges Bataille
Nadie debe de esperar de la escuela nada que no espere de sí mismo. Lo mismo aplica para la vida… Tampoco nadie debe de esperar el futuro si no lo construye y se construye en él, porque eso es la vida. Así de simple, pero tan complejo como se quiera, y tan imposible como la renuncia, la conformidad, la apatía, la mediocridad, puedan llegar a hacerlo.
Si no es en la universidad donde se enseña a pensar, ¿entonces en dónde? No he dicho practicar el pensamiento, la disertación, que son otras cosas igual de importantes. Para ello personalmente prefiero las cantinas, el transporte colectivo, los paseos hacia ningún lado. Y no es que la universidad sea el único lugar para aprender a pensar. Pero la universidad es un espacio privilegiado para adquirir y poner en marcha nuevos patrones de conocimiento, de ejercicio para el análisis, de afinación del ojo crítico. Pero también es un espacio para que convivan las ideas y se dé vida a proyectos productos de la creatividad y de la imaginación. Cierto que hay quienes los han puesto en marcha, pero falta ese terrorismo creativo que estremezca la sensibilidad de todos los-nos-otros.
Esta es, pues, una declaración de guerra, un intento de provocación a cambiar el mundo cambiando nuestra relación con él. No son las armas, sino las ideas, lo que mueve nuestros pasos hacia el horizonte. El deseo es fruto de la imaginación, y es a partir de esto que construimos el futuro y nos construimos en él. Y yo deseo tanto como mi imaginación me lo permite, y siempre un poco más…
La libertad no existe si no se vive al borde de los límites donde toda comprensión se desintegra.
Georges Bataille
Nadie debe de esperar de la escuela nada que no espere de sí mismo. Lo mismo aplica para la vida… Tampoco nadie debe de esperar el futuro si no lo construye y se construye en él, porque eso es la vida. Así de simple, pero tan complejo como se quiera, y tan imposible como la renuncia, la conformidad, la apatía, la mediocridad, puedan llegar a hacerlo.
Si no es en la universidad donde se enseña a pensar, ¿entonces en dónde? No he dicho practicar el pensamiento, la disertación, que son otras cosas igual de importantes. Para ello personalmente prefiero las cantinas, el transporte colectivo, los paseos hacia ningún lado. Y no es que la universidad sea el único lugar para aprender a pensar. Pero la universidad es un espacio privilegiado para adquirir y poner en marcha nuevos patrones de conocimiento, de ejercicio para el análisis, de afinación del ojo crítico. Pero también es un espacio para que convivan las ideas y se dé vida a proyectos productos de la creatividad y de la imaginación. Cierto que hay quienes los han puesto en marcha, pero falta ese terrorismo creativo que estremezca la sensibilidad de todos los-nos-otros.
Esta es, pues, una declaración de guerra, un intento de provocación a cambiar el mundo cambiando nuestra relación con él. No son las armas, sino las ideas, lo que mueve nuestros pasos hacia el horizonte. El deseo es fruto de la imaginación, y es a partir de esto que construimos el futuro y nos construimos en él. Y yo deseo tanto como mi imaginación me lo permite, y siempre un poco más…
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