
miércoles, 17 de septiembre de 2008
¡¿Qué onda con esto?!
Por Horacio Pérez
¡Órale, qué bien! Cuántos servicios podemos encontrar dentro de nuestra universidad: cafeterías, locales donde se ofrecen diversas variedades de alimentos o productos diversos para el antojo: paletas, papas, dulces, etc; servicio de papelería, librería, fotocopiadoras, agencia de viajes, banco, etc. Qué más se puede pedir… bueno, entiendo que más de alguno quisiéramos algún expendio de chelas y anexos.
Ante una variedad de opciones que ofrecen, lo mínimamente necesario para llevar con facilidad y cierta comodidad, la satisfacción de necesidades que van a la par de la vida que desarrollamos en nuestra universidad, podemos sentirnos reconfortados.
Sin embargo… la mayoría de los servicios que aquí se nos ofrecen, más de alguna vez tú y yo hemos llegado a sentir que sus precios son algo elevados y en ocasiones, el servicio no es de la mejor calidad, ejemplo: copias de 50 centavos que son poco legibles; preparados de alimentos muy racionados si tomamos en cuenta su precio, pues si tú quieres darte una comida como Dios manda, mínimo tienes que gastar entre $35 y $40. A veces presiento que en todo esto está implícito un presupuesto: “ellos pueden pagar, están aquí”
Todas las personas que se preocupan por ofrecernos servicios de alimentos, papelería, cosas muy necesarias para todo estudiante, es de valorarse su dedicación al ofrecernos todos estos servicios, pero bueno, sé que en ninguno dice: “Comedor asistencial estudiantil”, para ellos es su trabajo y su forma de subsistencia. Pero mi incomodidad busca manifestar el elevado costo que muchos de esos servicios tienen. Claro, no se trata de querer o no pagar por un servicio que requiero, sino de encontrar servicios a precios más acordes al producto y a la condición de estudiantes que hoy nos identifica. Sabemos que un negocio que no da, no es negocio y va a la quiebra. Pero ¿por qué tengo que pagar $10 pesos por un refresco con un costo comercial de $6? ¿No sería $8 el costo más justo? (No entro en detalles en el concepto de justicia, pues habrá quien piense: “Pero ¿qué es lo justo?” y ni con todo el discurrir del pensamiento platónico de justicia y etc., daríamos pronta solución.)
Entonces, ¿en dónde radica el problema? ¿En el costo de los servicios? Tal vez, así lo considero, el problema está en el supuesto que tiene en mente todo aquel que pone un negocio en nuestra universidad y que piensa encontrar en ella: consumidores con la solvencia económica para pagar el precio que se les pida. O es acaso que ¿las rentas que pagan por los locales son muy altas?
Todos somos consumidores y alguna vez hemos ofrecido un servicio. En estos meses las cosas no pintan fácil: costos de productos básicos suben, esto repercute en todos los niveles, pero antes de gasolinazos o crisis alimentaria, ya teníamos esta situación en nuestra universidad.
Como ya mencioné, no se trata de querer pagar o no el precio por un servicio que solicito y necesito, pero por qué pagar la utilidad exagerada que se le agrega. No por que se tenga el dinero para ello o se requiera el servicio se ha de abusar, y entonces no haya de otra que decir: “Ok, aquí tiene, gracias”.
¡Órale, qué bien! Cuántos servicios podemos encontrar dentro de nuestra universidad: cafeterías, locales donde se ofrecen diversas variedades de alimentos o productos diversos para el antojo: paletas, papas, dulces, etc; servicio de papelería, librería, fotocopiadoras, agencia de viajes, banco, etc. Qué más se puede pedir… bueno, entiendo que más de alguno quisiéramos algún expendio de chelas y anexos.
Ante una variedad de opciones que ofrecen, lo mínimamente necesario para llevar con facilidad y cierta comodidad, la satisfacción de necesidades que van a la par de la vida que desarrollamos en nuestra universidad, podemos sentirnos reconfortados.
Sin embargo… la mayoría de los servicios que aquí se nos ofrecen, más de alguna vez tú y yo hemos llegado a sentir que sus precios son algo elevados y en ocasiones, el servicio no es de la mejor calidad, ejemplo: copias de 50 centavos que son poco legibles; preparados de alimentos muy racionados si tomamos en cuenta su precio, pues si tú quieres darte una comida como Dios manda, mínimo tienes que gastar entre $35 y $40. A veces presiento que en todo esto está implícito un presupuesto: “ellos pueden pagar, están aquí”
Todas las personas que se preocupan por ofrecernos servicios de alimentos, papelería, cosas muy necesarias para todo estudiante, es de valorarse su dedicación al ofrecernos todos estos servicios, pero bueno, sé que en ninguno dice: “Comedor asistencial estudiantil”, para ellos es su trabajo y su forma de subsistencia. Pero mi incomodidad busca manifestar el elevado costo que muchos de esos servicios tienen. Claro, no se trata de querer o no pagar por un servicio que requiero, sino de encontrar servicios a precios más acordes al producto y a la condición de estudiantes que hoy nos identifica. Sabemos que un negocio que no da, no es negocio y va a la quiebra. Pero ¿por qué tengo que pagar $10 pesos por un refresco con un costo comercial de $6? ¿No sería $8 el costo más justo? (No entro en detalles en el concepto de justicia, pues habrá quien piense: “Pero ¿qué es lo justo?” y ni con todo el discurrir del pensamiento platónico de justicia y etc., daríamos pronta solución.)
Entonces, ¿en dónde radica el problema? ¿En el costo de los servicios? Tal vez, así lo considero, el problema está en el supuesto que tiene en mente todo aquel que pone un negocio en nuestra universidad y que piensa encontrar en ella: consumidores con la solvencia económica para pagar el precio que se les pida. O es acaso que ¿las rentas que pagan por los locales son muy altas?
Todos somos consumidores y alguna vez hemos ofrecido un servicio. En estos meses las cosas no pintan fácil: costos de productos básicos suben, esto repercute en todos los niveles, pero antes de gasolinazos o crisis alimentaria, ya teníamos esta situación en nuestra universidad.
Como ya mencioné, no se trata de querer pagar o no el precio por un servicio que solicito y necesito, pero por qué pagar la utilidad exagerada que se le agrega. No por que se tenga el dinero para ello o se requiera el servicio se ha de abusar, y entonces no haya de otra que decir: “Ok, aquí tiene, gracias”.
Máximas Universitarias
Por Antonio Magaña
"En el ambiente en el que me muevo hay puro cagapalismo"
- Estudiante hombre.
"Me siento como la música de Sigur Ros, pero con menos pegue"
- Estudiante hombre.
"Presentame a esa chava para que me diga: ¡NO!"
- Estudiante hombre
"En el ambiente en el que me muevo hay puro cagapalismo"
- Estudiante hombre.
"Me siento como la música de Sigur Ros, pero con menos pegue"
- Estudiante hombre.
"Presentame a esa chava para que me diga: ¡NO!"
- Estudiante hombre
Diversidad Humana
Por Raúl Ramos
Es un claro hecho que, a donde sea que observemos, nos encontramos rodeados de personas. Es algo que forma parte de nuestra vida diaria, por lo tanto, no nos detenemos a pensar en ello. Por lo tanto, no nos imaginamos qué historia podría estar detrás de la persona que camina en sentido contrario al nuestro. No nos cuestionamos ¿qué situaciones sucederán en su vida? Quizá, hasta sean dignas de contarse en una película o un cortometraje. Lo que es un hecho es que ahí están, de que existen, y de que cada uno cuenta con su propia conciencia, identidad e historia; con sus propios gustos y sus propias formas de ver la vida.
En este mundo las personas somos tan diversos como los géneros de música existentes, o como los colores que hay dentro del espectro lumínico. Aun así, contamos con ciertas similitudes, las cuales nos unen y nos hacen formar nuestras amistades. Las diferencias son las que suelen crean los conflictos entre nosotros; lo que a mi parecer podría evitarse haciendo uso de la empatía, el respeto o, como mínimo, de la tolerancia.
Por tal motivo, encuentro fantástico que una universidad como el ITESO, en lugar de seguir el sistema que utilizan otras universidades de separar a los alumnos por edificios y por sus carreras; nos permitan convivir en las clases con alumnos de diferentes edades y que estudian una carrera diferente a la tuya. Así es como llegamos a conocer alumnos que cursan Ciencias de la Comunicación, Arquitectura, Ingeniería Civil o Industrial y Diseño, entre las demás que existen. Quizá en alguna de esas personas podamos encontrar a una valiosa amistad, a un confidente o, por qué no, una novia o novio, ¡je, je…! Bueno, perdón por fantasear, pero el caso es que esto crea una comunidad enorme en la que todos, como individuos, podemos ayudarnos los unos a los otros. Pienso que en el ITESO, los alumnos nos encontramos en un estado libre de prejuicios, que nos permite conocernos los unos a los otros, y creando lazos que cada vez crecen más y más.
Sin importar lo que pensemos, lo que hagamos, cómo vistamos o la carrera que estudiemos, el ITESO nos brinda la oportunidad de acercarnos a la persona sentada a nuestro lado, entablar una conversación, que tal vez comienza de forma pausada, pero que después fluye con naturalidad, se desborda cual río, y continua su cause hasta extenderse por fuera de los salones, y a través de los pasillos, desbordándose un poco y salpicando de simpatía a los demás. Este río de conversaciones suele continuar su caudal hasta alguna de las cafeterías, la biblioteca o al edifico donde es la siguiente clase. Sin embargo, este río siempre termina en un mar de amistad; sólo que este, en lugar de estar lleno de agua salada, lo compone agua dulce.
Así, nos encontramos con el guión de la vida de quién nos rodea, el que entonces pasa a ser un filme en nuestra conciencia, y así aprendemos de ellos y crecemos como personas, pues los comprendemos y en el proceso, no llegamos a comprender a nosotros mismos.
Historia de unos orgasmos estridentes (primera parte)
Por Sara Mandarina
A Joaquín y Carmen los escuchaba todo el edificio. Todos los días, religiosamente, se tiraban a revolcarse a la cama a las siete de la mañana y a las nueve de la noche. Y a gritar y gritar. Les importaba un carajo si todo mundo los escuchaba. Más bien al contrario: querían ser oídos.
Se había establecido entre ellos dos una especie de acuerdo tácito de vivir su placer a través de los vecinos. Es decir, su propia satisfacción parecía crecer mientras más le hicieran creer a los otros que gozaban.
Cuando recién se despertaban, con las cortinas cerradas (como ahuyentando a los espíritus malvados del día y la rutina), el cabello despeinado y un aliento terrible, Joaquín se acercaba brusco a Carmen para poseerla. En un principio era dulce y delicado en ese ritual en el que invocaba decididamente a Eros, pero lenta y progresivamente se fue haciendo tosco y anodino. Carmen no se quejaba y seguía la corriente porque fingir hacer el amor era menos peor que no coger en absoluto y, así, dejar que su nuevo matrimonio se derrumbara.
Ella se daba cuenta perfectamente de cómo los gestos “de placer” de su marido eran fingidos, pero nunca se atrevió a discutir el tema con él porque ella podía percibir que él simulaba genuino goce con vocación irrefutable. Era como una obra de teatro en la que uno de los protagonistas no termina por encajar en el papel, pero tratar de fingir lo más refinadamente posible para que todos (excepto él) crean el montaje.
Carmen nunca supo mentir, así que sólo se limitaba a gritar, como Joaquín alguna vez ya se lo había pedido explícitamente. Pero nunca tuvo las agallas de llevar a cabo la farsa entera: gestos y muecas de placer incontenible parecían en su imaginación como la mentira más detestable y grotesca.
Al principio, cuando empezaron a llevar a cabo la que creían era la salvación de su relación, los “mañaneros” eran divertidos y energetizantes: al salir del departamento el Sol brillaba con más intensidad y hasta los automovilistas parecían más amable. Pero después de que todo se convirtiera en una puesta en escena, el mal humor de saber que se había amanecido sólo para vivir un día igual que todos los que ya habían pasado se incrementaba.
Se había establecido entre ellos dos una especie de acuerdo tácito de vivir su placer a través de los vecinos. Es decir, su propia satisfacción parecía crecer mientras más le hicieran creer a los otros que gozaban.
Cuando recién se despertaban, con las cortinas cerradas (como ahuyentando a los espíritus malvados del día y la rutina), el cabello despeinado y un aliento terrible, Joaquín se acercaba brusco a Carmen para poseerla. En un principio era dulce y delicado en ese ritual en el que invocaba decididamente a Eros, pero lenta y progresivamente se fue haciendo tosco y anodino. Carmen no se quejaba y seguía la corriente porque fingir hacer el amor era menos peor que no coger en absoluto y, así, dejar que su nuevo matrimonio se derrumbara.
Ella se daba cuenta perfectamente de cómo los gestos “de placer” de su marido eran fingidos, pero nunca se atrevió a discutir el tema con él porque ella podía percibir que él simulaba genuino goce con vocación irrefutable. Era como una obra de teatro en la que uno de los protagonistas no termina por encajar en el papel, pero tratar de fingir lo más refinadamente posible para que todos (excepto él) crean el montaje.
Carmen nunca supo mentir, así que sólo se limitaba a gritar, como Joaquín alguna vez ya se lo había pedido explícitamente. Pero nunca tuvo las agallas de llevar a cabo la farsa entera: gestos y muecas de placer incontenible parecían en su imaginación como la mentira más detestable y grotesca.
Al principio, cuando empezaron a llevar a cabo la que creían era la salvación de su relación, los “mañaneros” eran divertidos y energetizantes: al salir del departamento el Sol brillaba con más intensidad y hasta los automovilistas parecían más amable. Pero después de que todo se convirtiera en una puesta en escena, el mal humor de saber que se había amanecido sólo para vivir un día igual que todos los que ya habían pasado se incrementaba.
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