miércoles, 10 de septiembre de 2008

Radaman

Por Tonchivan

Radaman había tenido a su temprana edad experiencias de tal densidad que le habían hecho madurar con anticipación, las arrugas en su frente eran renglones torcidos que relataban una existencia consumidora. El sol había hecho un buen trabajo en la piel de este hombre, un bronceado le daba brillo a lugares recónditos de su cuerpo. Era un guerrero con corazón aventurero, tenía acción hasta durante sus sueños, donde realizó quizá sus más grandes conquistas y proezas.
El mar había sido testigo de la muerte momentánea de Radaman, un naufragio le dejó flotando a la deriva por siete días y siete noches, hasta que en la última luna una fémina angelical surgió de entre el agitado oleaje devolviéndole el aliento. Las sombras se habían apoderado por unos instantes del alma de nuestro héroe, presencias negras succionaban trozos de su ser emitiendo ondas de vértigo seductor. Sin embrago un rayo verde le iluminó en medio del valle de la agonía eterna, la fuerza de las estrellas corrió por sus venas, de un solo salto se colocó recostado en una playa. Dicen que durmió, que cuando despertó los labios le sabían a miel, un rastro de flores que se perdía en la marea era la única señal de color.
Hay instantes que cambian vidas, algunas veces los vemos pasar y quedan tatuados en nuestro recuerdo, otras veces nos prensamos de ellos y nos embarcamos en un viaje sin retorno. Hay miradas que crean una tangente en la senda que llevamos, si seguimos el camino nos internamos en los bosques, nos dejamos abrazar por los árboles, nos acaricia el murmullo de los ríos, nos deleitan los cantos de las ninfas. Radaman nunca volvió a ser el mismo, un trozo de su ser se había sumergido en las profundidades abismales del océano, y con una sonrisa le invitaba a reunirse con él.
Así fue que mutando su anterior costumbre, el soñador comenzó a dormir más y más. Cerraba los ojos dándole la espalda al astro rey, deambulaba bajo la palidez de la luna sintiendo a la sal de la arena cosquillearle en los pies. Cada vez que una estrella fugaz pasaba, en su cabeza surgía una cana nueva que volaba con el viento, como queriéndose escapar en un vuelo astral. La voz de su garganta huyó, cuando quiso conversar con alguien descubrió que había olvidado cómo hacerlo; entonces comenzó a cantar melodías en un lenguaje desconocido. La música de Radaman aún suena, yo la escuché entre las olas, la leí en tus ojos y la escribí con mi lengua en mis labios.

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